Mientras en el centro se hablaba de tendencias, en Vallekas se seguía hablando de resistencia. El punk del barrio no necesitaba escaparates, porque ya tenía calles que rugían solas. Allí el ruido era puro: una mezcla de bronca, orgullo y cerveza caliente en botellón.
Bandas como Kaos Urbano, Non Servium o Boikot salieron de locales de ensayo sin ventilación, pero con más corazón que muchos estudios de grabación. Vallekas hizo del punk un acto de clase, una identidad obrera, una forma de decir “no” a todo lo que venía desde arriba.
El sonido del barrio
No hay punk sin contexto, y en Vallekas, el contexto era curro, precariedad y orgullo. Cada riff era una reivindicación. Cada concierto, una asamblea improvisada. Si Madrid era el escaparate, Vallekas era el motor. Y cuando el resto miraba a Londres, ellos miraban al barrio.
El espíritu DIY se materializó en locales autogestionados, en fanzines repartidos en mano, en camisetas serigrafiadas a medianoche. No era por estética: era por convicción. Y por eso, décadas después, las bandas que nacen allí siguen sonando con verdad.
Del barrio al mito (y vuelta)
Hoy, muchas de esas bandas siguen girando, y los nuevos grupos recogen la antorcha. El punk de Vallekas no es nostalgia: es herencia viva. No busca volver al pasado, sino mantener viva la idea de que el ruido puede ser útil. Que todavía hay cosas por cambiar.
Vallekas no necesita marketing. Solo amplificadores encendidos y gente con ganas de no callarse nunca.