El punk madrileño no murió: se transformó. Y aunque muchos crean que hoy todo pasa por las redes, hay una nueva camada de bandas y colectivos que están reconstruyendo la escena desde abajo. Sin marketing, sin postureo, sin pedir permiso.
Estos nuevos grupos no buscan ser virales, sino ser verdaderos. Ensayan en locales compartidos, editan en Bandcamp y montan sus propios eventos en naves o centros sociales. Llevan tatuajes, pero también conciencia. Gritan, pero saben por qué lo hacen.
La herencia del ruido
La vieja escuela les enseñó algo valioso: que el punk no es un sonido, sino una actitud. Bandas como Complot Soviet, Accidente o Aerobitch dejaron claro que Madrid puede rugir sin imitar a nadie. Ahora, los nuevos proyectos mezclan punk, metal y post-hardcore con mensajes sociales, feministas y anticapitalistas.
Fuera del algoritmo
Mientras el mainstream intenta vender rebeldía empaquetada, el punk madrileño real está viviendo una segunda juventud. En salas pequeñas, festivales DIY y locales okupados, hay una energía que recuerda por qué empezó todo esto. Sin patrocinadores, sin selfies, con la verdad delante del micro.
El nuevo punk no está en la nostalgia, sino en la continuidad. En seguir diciendo las cosas que incomodan. En entender que gritar sigue siendo necesario. Y que hacerlo juntos, sigue siendo lo más revolucionario.
El futuro del punk madrileño no se mide en streams, sino en volumen y coherencia. Y de eso, aquí, todavía sobra.