Barcelona punk: del ruido del Raval al eco de la autogestión

Barcelona siempre tuvo una energía distinta. Mientras Madrid gritaba contra el sistema desde sus barrios obreros, Barcelona lo hacía desde la mezcla, la calle y la autogestión. La ciudad condal fue un hervidero donde el punk se fusionó con el arte, el antifascismo y la cultura okupa.

A finales de los setenta y primeros ochenta, bandas como La Banda Trapera del Río, Desechables o L’Odi Social pusieron el nombre de Hospitalet, Cornellà o el Raval en el mapa del ruido. No eran copias de Londres: eran respuestas locales a una realidad que dolía. Mientras otros cantaban sobre nihilismo, ellos cantaban sobre represión policial, paro y desarraigo.

El punk catalán siempre fue más híbrido, más politizado, más fronterizo. En los noventa y dos mil, Subterranean Kids, Anti/Dogmatikss y KOP mantuvieron viva la llama. Los locales de ensayo del Poblenou y los centros sociales okupados de Gràcia o Sants se convirtieron en catedrales de resistencia cultural, donde el punk convivía con el hardcore, el ska y el anarquismo.

Barcelona entendió que el punk no solo era ruido: era comunidad. En la escena barcelonesa, montar un concierto no era solo tocar; era cocinar para la peña, compartir material, pegar carteles, organizar colectas. Era política aplicada al día a día.

Hoy, mientras la ciudad se vende al turismo y la gentrificación barre los rincones que una vez fueron refugio, el punk sobrevive — quizá más underground que nunca — pero más fiel a su ADN. En naves de la periferia, en salas autogestionadas, en sellos como B-Core, La Vida Es Un Mus o colectivos como Hibryd, sigue latiendo esa mezcla de rabia y lucidez.

El nuevo punk barcelonés no busca nostalgia, sino coherencia. Mezcla sonidos industriales, hardcore, postpunk y letras que hablan de identidad, precariedad y control social. Porque aquí, como en sus calles, el conflicto nunca desaparece: solo cambia de forma.

Barcelona sigue siendo ruido, arte y resistencia. Y mientras haya un ampli encendido en algún sótano del Raval o un concierto gratuito en Sants, el punk seguirá siendo la banda sonora del desacuerdo.

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